lunes, 11 de agosto de 2014

Tomé

...los libros que tenía elegidos de la vez anterior y caminé hacia la caja.
La música clásica del lugar se me mezclaba con la de los auriculares y cuando me di cuenta que ella me estaba repreguntando si me podía ayudar en algo, alcancé a contestarle que no, que gracias. En ese momento apareció desde los estantes un hombre joven y anticuado y en un tono muy amable me preguntó lo mismo; le respondí que no, que lo mismo, a quien supuse sería el dueño.
Norman la subestimaba: por su modo de actuar entendí que reprobaba el modo de ella de abordarme y me pregunté si sería nueva. Parecía tímida y obediente; era flaca, tenía una nariz grande y el pelo un poco corto, los labios apretados desde las mejillas y las tetas salientes un poco bajas y hermosas. Se trataban de un usted que me perturbó e imaginé una relación laboral abusiva más que de respeto.
Norman después de confirmar los precios de los libros que me llevaba le dijo a ella con voz nasal que subía al entrepiso. Y subió a encontrarse con la voz de su madre muerta.

Tenía no más de 8 años cuando mi madre me explicó el sentido del feriado del día de los muertos y otros asuntos sobre la muerte y sus rituales. Enseguida fui a preguntarle a mi padre si conservaba el esqueleto de su madre. Como respuesta me mandó a la puta que me parió y yo me reí, como para darle a entender que no era en serio la pregunta y que su puteada no me ofendía, aunque creo que solo conseguí hacer más siniestra la situación. Años después conocería Psycho, Hitchcock, el thriller psicológico, Freud y la teoría de Zizek sobre los pisos de la casa de Norman Bates, pero recién ahora me golpea con fuerza recordar el episodio y atar esos hilos. Ha de ser una fantasía común a todos los niños el deseo que nuestros padres no se mueran nunca, o mejor: dotar de vida eterna al que elegimos no matar. Reconozco mi miedo de niño ante la posible muerte de mi madre y mi curiosidad por saber si a mi padre también lo había inquietado esta cuestión con la suya...

No sé si pensaba en esto mientras ella me hacía la factura. Creo que la ficha me cayó más tarde mientras iba por la calle porque en ese momento no pude pensar en nada, ella me había fascinado y quise decirle algo pero no pude, ni un desesperado halago que rumié demasiado y se me pudrió en la boca, ni una invitación para fotografiarla (e inmortalizarla, oh no) ni nada.
Me alcanzó su mano ofreciéndome la bolsa con los libros y cuando levantó los ojos me sorprendió mirándole las tetas.

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